domingo, 28 de agosto de 2011

Tecnologías del aislamiento


Paradojas de la vida. Resulta que los homínidos evolucionaron desde siempre, de forma natural, por lo cauces de la interrelación y la comunicación. Más aún, porque puede decirse que fue el lenguaje uno de motores que más impulsaron nuestra evolución a lo largo de miles de años. Gracias al desarrollo de un potentísimo código de comunicación articulada, que nos diferencia un abismo de los anímales, hemos desarrollado nuestra inteligencia, la relación con los demás y con el entorno, y hasta con nosotros mismos con un pensamiento lingüístico que nos permite constantemente una introspección correctiva. La toma de conciencia del ser humano está muy entreverada con la comunicación. Pues bien, después de esta larguísima etapa evolutiva hemos sido capaces de crear instrumentos (técnicas y tecnologías) para proyectar aún más nuestra manera de comunicarnos. Nuevos lenguajes, formas y tipos que han enriquecido nuestra personalidad y a un sinfín de colectivos humanos. Sin embargo, en los tiempos que vivimos comprobamos cómo algo que es y ha sido completamente positivo y enriquecedor se convierte en un arma de doble filo; en una cara nueva de la moneda que acaba siendo el pez que se muerde la cola; un círculo perverso que contradice hasta los principios básicos de nuestras tendencias naturales. Nos explicamos. Desde las grandes civilizaciones el hombre ha conseguido alargar sobremanera el ámbito de la comunicación oral con papiros y pergaminos de la Antigüedad, manuscritos medievales y la fabulosa creación de la imprenta en el Renacimiento; más aún con la prodigalidad de los magníficos avances con los periódicos y folletines del mundo liberal. El culmen parecía hallarse ya con el descubrimiento de las ondas hercinianas y los nuevos medios sonoros, que alcanzan el no va más con el gran logro de la comunicación visual que habría de venir de la mano de la televisión. Sin embargo, el progreso era interminable y avanzaba –como bien decía ya la ópera decimonónica– una barbaridad. El nuevo milenio (s. XXI) traía ya incubadas nuevas formas con las que nunca hubiéramos soñado por su avanzada tecnología, como internet y sus vástagos tecnológicos. Con tales recursos comunicativos solamente cabía pensar en una proyección social inmensa y un ámbito de relaciones gigantesco, como el que hoy  disfrutamos con las redes sociales y mass media interactivos. Nadie duda que es un avance inconmensurable que ha dado nueva dimensión a nuestro mundo. El homínido se ha superado desde los incipientes signos y balbuceos.
El contrapunto lo tenemos servido, y resulta a veces inquietante. Los sociólogos, psicólogos y analistas de distinto género ya vienen advirtiendo –con no poca insistencia– de las múltiples alteraciones que vienen asociadas a este nuevo mundo de la comunicación; a sus límites y perversidades. Todos lo vemos a diario, aunque hacemos oídos sordos o no queremos realizar una reflexión serena. Pero lo observamos en silencio. Bastaría con poner algunos ejemplos chirriantes para ejemplificar lo que decimos. El reclutamiento que tienen ya infinidad de personas en la soledad del ordenador es preocupante en las estadísticas, y no menor la actitud que se empieza a constatar en muchos jóvenes que acaban perdiendo las vías de socialización fuera de las redes virtuales. Más botones de muestra tenemos en las relaciones sociales cuando viajamos en tren, metro o autobús y comprobamos que infinidad de personas están ocupadísimas con sus Ipad (Tabletas), videojuegos o conectados a la red sin decir ni pío; y qué decir de las modernas telefonías que jóvenes y menos jóvenes derrochan en aras de la comunicación (Más rápida y eficaz), pero que desgraciadamente luego nada tienen que decirse cuando se ven en persona. Sobran ejemplos para demostrar que los grandes avances tecnológicos nos permiten los más anchos horizontes de la comunicación humana, pero también el uso indebido y descontrolado es capaz de sumirnos en la más estrepitosa de las soledades. El mundo virtual es simplemente virtual, y la realidad es otra cosa. No entender adecuadamente este binomio puede sumirnos en la peor de las desdichas.

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