Los alemanes se encuentran a menos de 60 km de la capital de Francia. En Noruega ha ganado la guerra el ejército del Reich. En Roma, a las seis y media de la tarde, el conde Ciano entrega al embajador de Francia una nota en la que el Rey-Emperador declara la guerra a Francia a partir del próximo día 11 de junio. Esta misma declaración de guerra es entregada al embajador de Inglaterra un cuarto de hora más tarde. En la capital de Italia, las calles están arregladas, todo el mundo está eufórico a espera del discurso del Duce. Hay altavoces colocados en todas las plazas de la ciudad, en bares, cafés, en los que se escuchan canciones militares y fascistas. La plaza de Venecia está abarrotada de gente, con banderas y llenos de sentimiento nacionalista; las tiendas están cerradas. Llega el momento, y Mussolini sale al balcón del palacio frente a las masas y la multitud emocionada. Los llama “combatientes de tierra, mar y aire”, “mujeres de Italia”, “camisas negras” y seguidamente les informa que las declaraciones de guerra ya están entregadas a Francia e Inglaterra, los países que han entorpecido el avance del país, afirma el dictador. Han recibido por parte de ambos países amenazas, chantajes y mentiras. Mussolini dice que Italia ha hecho lo posible de la forma más humana por evitar todo esto, que la conciencia del país está muy tranquila. Sin embargo, no ha servido de nada. El Duce piensa que todo podría haberse evitado si hubieran cambiado las leyes de forma que favorecieran al país italiano, pero como no ha sido así, ahora les toca enfrentarse a ellos asumiendo los riesgos y sacrificios que una guerra conlleva. Ester Castro Agraz 1º Bach, B.
