La notoriedad indiscutida del panorama pictórico español del s. XX asienta sus bases en varios pilares, y uno de ellos es Salvador Dalí. El genio de Figueras ocupa un lugar preferente por diferentes razones, que van desde lo artístico a lo personal, de la ambivalencia plástica a creaciones realmente excelsas entre los artistas más grandes de todos los tiempos. El Arte Contemporáneo sería otro sin la personalidad de esta figura que no deja a nadie indiferente, y –como otros artistas– resulta tan difícil de calificar. Aparte de su principal legado (Figueres, Portlligat, Pubol...y museos internacionales), en la actualidad se nos ofrece la oportunidad de visionarlo en el Museo Reina Sofía de Madrid con Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas (27 de abril-2 de septiembre, Edificio Sabatini, planta tercera). La exposición hace un recorrido magnífico por su vida creativa, desde sus primeros brotes en la Residencia de Estudiantes (autorretratos, dibujos Putrefactos) hasta sus etapas mística y nuclear; así como su actividad escenográfica para el cine (con Buñuel, Hitchcock o Walt Disney) y la exploración de campos y lenguajes científicos o tecnológicos. Sin embargo, la faceta más descollante del artista que siempre ha suscitado máximo interés es la de showman mediático y provocador. No es en este caso un ingrediente más del aliño de su genialidad, sino un componente esencial para que este monstruo del Arte Contemporáneo alcanzara las cimas más altas de reconocimiento. Resulta innecesario subscribir su capacidad técnica en la pintura y otras artes no menores, su fecunda creatividad y su versatilidad plástica, porque muy pocos artistas conjugan tantas virtudes y las desarrollan hasta el punto en que él lo hizo. La impronta definitiva que dio al Surrealismo alcanza cotas insuperables, y lleva el lenguaje del estilo hasta unos extremos plagados de magnificencia; pero sobre todo fue capaz de dotar a su obra de una personalidad incuestionable. Su espíritu irrefrenable le llevó a alcanzar fronteras realmente admirables, si bien contó con el impulso de unas circunstancias para nada desdeñables: desde el origen familiar burgués a la Residencia de Estudiantes, con el abrigo de genialidades, su estancia en París, etcétera, le abren horizontes imposibles para el resto de los mortales. No obstante, a todas sus capacidades artísticas y plásticas, en Dalí adquiere carta de naturaleza su singular personalidad que tanto influyó en su obra, en la difusión de la misma y en el prestigio de su pintura. Esa capacidad para provocar masas, para forjar un imagen a partir de su histrionismo y sus extravagancias forman parte del genio y su genialidad. Dalí es consciente de un juego voluntario, que sin embargo acaba superándolo y fagocitado entre su misma obra. Él es también objeto de su producción, sujeto activo y pasivo en una dialéctica surrealista que se pierde en el cuadro como sus propias pinturas. Su genialidad es indiscutible, aunque para la universalidad de su talento contó con el auxilio de sus extravagancias (que no dejan de estar dentro de la genialidad), llegando a los rincones más recónditos del planeta en todas sus facetas. Los genios no solo los hace la naturaleza, sino que también los hacemos los colectivos encumbrándolos con mayor o menor razón (con unos u otros recursos), y en el caso de Dalí él mismo puso su granito de arena (un montó grande) más allá de sus valores artísticos y estéticos, que nadie puede poner en duda. El Museo Reina Sofía de Madrid nos permite profundizar en todas estas facetas de un genio que no puede en modo alguno sustraerse a su tiempo y a su entorno, pero su impronta es definitiva y determinante. Porque Dalí es Dalí.