Un ciudadano de a pie no puede entender, nunca, que las cuitas políticas y los intereses económicos de las potencias mundiales justifiquen la muerte de miles de inocentes. El caso de Siria es sangrante como tantos otros, y por supuesto avalado por comportamientos manidos de los que mandan y deciden. Una y otra vez nos rasgamos las vestiduras de los avatares bélicos del mundo ante la tragedia, cuando se trata de dictaduras de cuarenta años; de mandatarios que no tiemblan en reprimir al grueso de la población, con muerte de miles de civiles, con la constante violación de los derechos humanos, etc. Hace ya un año que La Primavera Árabe abrió un horizonte de luz para algunos de los países del litoral Mediterráneo –con todos los entresijos y problemáticas políticas y económicas que aún perduran–, pero con silencios y permisiones mundiales para otros, que continuaron abiertamente manteniendo los regímenes dictatoriales, sin avance alguno hacia la democracia, y con mirada altiva sin recato. El avispero de Siria en foco neurálgico de Oriente medio –bordeada por Turquía, Israel, Jordania y Líbano– se nutre de cuestiones geopolíticas, económicas, sociales y culturales que propician la cautela de las potencias e instituciones internacionales, aunque los ciudadanos del mundo y una buena parte del país no puedan entender la permisión de la situación; ni ahora ni antes. Que vivamos en el s. XXI con los mismos designios de hace décadas (la Guerra Fría), sin haber avanzado ni un ápice en democracia, en política internacional, en primacías geopolítica de status quo, en bipolarización, etc. etc..., es una cuestión sangrante. La frustración de las personas de bien es completa y desoladora, cuando entran en liza intereses encontrados de distinta naturaleza: la incomprensible existencia y mantenimiento de satrapías extemporáneas, como la de esta saga de la República Árabe Hereditaria por Bashar al Assad; la confrontación Israelí-Palestina con apoyos incondicionales de uno y otro lado; y los graves enfrentamientos políticos y socioculturales entre los sunís y alauitas (Oeste del país). De muy poco sirve que los gurús de Occidente se encuentren a estas alturas al frente de los principios democráticos en contra de Siria (EE.UU, Francia, etc.), o la Liga Árabe, porque el poliedro de aristas, alianzas e intereses de Siria a nivel local, regional e internacional es contundente: el ejército de la dictadura es efectivo en la muerte (más de 5.000 muertos), a pesar de las deserciones de una pléyade de rebeldes que no pueden contrarrestar la fuerza de un dictador inamovible; la mayoría de sirios teme desgraciadamente el cambio y asume la dictadura; el Consejo de Seguridad de la ONU, con fuerzas encontradas en su seno (entre poderosos), resulta incompetente e incapaz de resolver la situación, con el sempiterno apoyo de Rusia defendiendo posiciones geoestratégicas de salida al Mediterráneo, que con el apoyo de China vetan alegremente en el Consejo de Seguridad (ONU) la penalización de hechos detestables con centenares de muertos a diario. De otra parte la complejidad del contexto geográfico, pues las naciones limítrofes se mueven en un sinfín de contrariedades políticas e intereses económicos, desde el apoyo político y económico (Irán) a la resistencia y favor hacia los rebeldes contra el régimen. A fin de cuentas, un mare magnum de intereses que difícilmente se pueden resolver de un plumazo, pero la muerte de los inocentes y la falta de un horizonte de luz hace que nos sintamos indefensos. La guerra civil está servida. Una vez más se constata la triste realidad de que el hombre sigue siendo desde la Prehistoria incapaz de solucionar sus affaires de forma pacífica. Debe ser ese nuestro destino, aunque en el entresijo de estas contiendas desgarradoras siempre pagan más caro los inocentes (niños y gentes sencillas), que nunca estuvieron en ninguna mesa de negociación, en ningún consejo de seguridad, en gobiernos o centros de decisión. Ellos son desgraciadamente los protagonista que chillan simplemente con el horror de su muerte.