martes, 27 de marzo de 2012
CAMINOS VIEJOS DE LA MESTA. UN LEGADO CENTENARIO
A menudo la rutina nos envuelve, y hasta lo más cotidiano de nuestro entorno material pasa completamente desapercibido, olvidado y a veces incluso sin mantenerle el mínimo respeto. Así resulta ser la percepción humana, que tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes, pues existen circunstancias que merecen cierta atención. Tal es el caso de los caminos viejos, cañadas y cordeles de nuestra comarca, con las que nuestros antepasados convivieron durante generaciones.
Los caminos de la Mesta constituyeron desde la Edad Media una tupida red para que descendieran por ellos los rebaños de ovejas (preferentemente de merinas) desde el Norte de Castilla hacia el Sur, propiciando un mejor aprovechamiento de los pastos y yerbas en función de las variaciones estacionales (a tenor de la latitud). Acuciados generalmente, también, por la presión de un campesinado que no veía con buenos ojos aquella invasión inhóspita de un ganado que contaba con la aquiescencia de la Monarquía (que otorgaba privilegios). La cuestión no era menor, porque aquellos rebaños ingentes (de 20 y 30.000 cabezas, mayoritariamente de la nobleza, de monasterios e iglesias y caballeros de los concejos) avanzaban desaforados de Norte a Sur, pero sus lanas encontraban su venta en Europa (Flandes y otros mercados extranjeros), atravesando los puertos cantábricos que cumplimentaban al Rey con pingües beneficios (aranceles). No obstante, más allá de esos perjuicios puntuales (que eran de extraordinaria gravedad), la mencionada organización y su tránsito a lo largo de las centurias se convirtió en una actividad económica fundamental para el sector ganadero, que hubiera sido determinante y propulsora de una industria transformadora si en Castilla se hubieran promovido los correspondientes aspectos de transformación industrial. A pesar de todas las dificultades y problemáticas creadas, lo cierto es que de aquello nos ha quedado un legado de gran importancia, tanto a nivel económico como cultural; así como un elenco de restos materiales que debemos respetar, aunque para ello es imprescindible interpretar debidamente. Difícilmente se entenderían hoy día muchas de las influencias arquitectónicas de edificios civiles y religiosos (ermitas, caseríos y mesones, etc.) en su construcción, técnicas y ornamentación si no fuera por estos hombres del pasado que traían y llevaban un sinfín de modos y maneras de hacer; plataforma indudable de relaciones sociales y económicas de distinta índole, o la indiscutible influencia gastronómica, con platos y recetas culinarias del mundo del pastoreo, que hoy día son en muchos lugares las bazas más importantes de las cartas de los grandes gourmets de alto standing.
Las cañadas, caminos y veredas constituyen un ejemplo contundente de aquel trasiego de ganado que durante centurias avanzaban de Norte a Sur. Representan una de las mejores redes viarias tradicionales que articularon el territorio, facilitando accesos por la gran planicie castellana, pero también por los puertos y desfiladeros que constituían pasos inaccesibles, totalmente intransitables si no hubieran sido operativizados para el paso de aquella abrumadora masa de rebaños. No se trata de viejas rutas de carácter prerromano, ni visigodas ni musulmanas; ni esporádicos trayectos, sino de amplísimos caminos (realizados ex profeso en la reconquista cristiana) completamente regulados: su anchura máxima, cuando la cañada cruzaba tierras de cultivo, era de 90 varas castellanas (1vara= 835 mm. y 9 décimas); aunque no había límite cuando se pasaba por los baldíos y montes comunales. Los cordeles se establecían con un ancho que no superara los 37,5 m. y 20 m. las veredas (28 varas castellanas en algunas de las nuestras). Además de la existencia de unos descansaderos que estaban perfectamente habilitados para rebaños espectaculares, con un cómputo de óvidos que hoy nos dejaría anonadados (7.000, 20.000, etc.). Todo aquel dispendio de reses precisaba, claro está, de una buenísima gestión institucional (El Honrado Concejo de la Mesta, alcaldes de hermandad, etc.), pero también de una magnífica organización a pie de calle: mayorales, rabadanes, compañeros, sobrados, ayudadores y zagales. Todo un séquito de ganaderos completamente jerarquizado.
La notoriedad de aquellas cañadas queda plenamente acreditada con el simple hecho de haber prevalecido en términos bastante aceptables hasta nuestros días, con trazados que fácilmente pueden seguirse desde las lejanas tierras sorianas y conquenses; a pesar de que la institución mesteña quedó quebrantada a nivel político y administrativo en la centuria decimonónica, cuando en 1 de Enero de 1836 la Real Orden le dio definitivamente el golpe de gracia. No obstante, la vieja institución ya estaba económicamente abatida desde hacía años. Pero aún seguirían los rebaños por inercia con desplazamientos más esporádicos y progresivamente disminuidos, llegando incluso sus últimos estertores hasta las décadas finiseculares del veinte, en que aún prevalece algún ejemplo testimonial de un fenómeno económico y cultural trascendental en nuestra Historia de España. Curiosamente, la legislación vigente (e incluso la más reciente) mantuvo las redes pecuarias, y en los planeamientos urbanos prevalece la naturaleza prístina de aquellos viejos trazados, entendiéndose de forma apropiada (a nuestro entender) que constituían una base importante del legado ambiental, material y económico de nuestro país; debiendo permanecer sin grandes modificaciones en lo esencial. Obviamente, en los trayectos urbanos las morfologías viarias han sido modificadas (prevaleciendo el trazado), pero con un prurito evidente de mantener (aún de forma romántica) esa competencia antigua del tránsito de ganado. Hoy día las administraciones públicas estatales y municipales promueven el respecto del medio ambiente, la creación de caminos verdes y rutas para conocer nuestro entorno natural; además, generalmente se tiende a aprovechar estos viejos trazados tradicionales, o a realizar rutas alternativas que favorezcan no solamente el respeto del medio, sino la sensibilización y compatibilización entre naturaleza y desarrollo.
En nuestra comarca de Los Pedroches contamos con varios trazados de la Mesta, así como algunos itinerarios de las Mestas Locales (en Hinojosa). El contrapunto de todo esto lo tenemos en algunos casos en los que se falta al respeto de algunas cañadas y redes viarias tradicionales. Se producen ocupaciones indebidas y se siembran de alambres ciertos pasos que no solamente son un legado de nuestro pasado, sino que también se trasgrede la ley vigente, que no ha modificado para nada el viejo camino ni se han dictado normas en cuanto a vías pecuarias que contradigan la vieja competencia (la de poder pasar). Entendemos que el cierre improcedente de estos pasos no solamente es ilegal y no se atiene a normas jurídicas, sino que también atenta a la tradición y al derecho que tenemos los usuarios de poder transitar por estos caminos para disfrutar de nuestro ambiente natural sin perjudicar para nada las correspondientes propiedades limítrofes. Entendemos que es necesario que la Administración (estatal y municipal) sea consciente de estas situaciones y se actúe con el correspondiente celo en la defensa de la Ley, pero también con la conciencia de que se está defendiendo un legado tradicional que ha prevalecido hasta nuestros días y que ha sido el cauce material que permitió el desarrollo de muchos de nuestros bagajes culturales.
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Noticias de actualidad
martes, 20 de marzo de 2012
Gesta Constitucional de 1812
Toda un heroicidad en las primeras décadas de s. XIX. Sobre todo para un país enraizado en principios tradicionalistas, con una monarquía absoluta en plena vigencia, debilidad económica desgarradora y contrastes sociopolíticos gigantescos. No era en forma alguna el escenario adecuado para que brotaran esquejes de libertad, ni principios ideológicos renovadores ni transformaciones institucionales; ni leyes superiores del Estado con una singularidad tan grande; aun siendo un legado que deba comprenderse a la luz contemporalizadora de la Revolución Francesa, de las constituciones liberales pretéritas (Europea y emancipación americana), de la crisis dinástica o del módico e incompetente revulsivo de la ilustración española. Seguro que existieron razones poderosas para que la constitución de 1812 tomara carta de naturaleza, y doctores tiene la iglesia para que los expertos interpreten las verdades del evento. Lo cierto es que la primera carta magna surgió de un brote liberal fraguado al auspicio de las Cortes de Cádiz –frente a Napoleón–, embriagadas en un sinfín de discordias y contrapuntos que hacían aparentemente imposible la construcción del Liberalismo en España: pues bien poco tenían que ver Argüelles o Muñoz Torrero con los absolutistas más recalcitrantes, con los clérigos (Inguanzo, Quevedo y Quintano...) o nobles inmovilistas. Una panoplia de próceres que vivían en mundos distintos y distantes, ideales antagónicos y proyecciones de futuro irreconciliables. Aquellos hombres no podían vislumbrar en forma alguna el mismo horizonte, ni compartir los mismos sueños (muy alejados), pero participaban de una encrucijada histórica sin retorno, de la que seguramente fueron conscientes. Lo menos malo se aquilataba en mantener la monarquía absoluta con las ventanas abiertas para nuevos aires de libertad. La primera Constitución representa a pesar de su brevedad (vigencia entre 1812-1814/1820-23) y carácter efímero un hito en nuestra Historia, un referente de primera magnitud, plagiado unas veces en lo esencial (en la década del treinta) y tamizado en otras en asuntos esenciales; pero con los postulados programáticos del ideal liberal: soberanía nacional de resonancia roussoniana (con un censo limitado y restringido, claro); división de poderes; derechos y libertades (libertad personal, de expresión, integridad física, garantías procesales...); monarquía constitucional (que no parlamentaria). A nivel social se suprime el régimen señorial y se ensalza alegremente la igualdad social, si bien bajo parámetros económicos, que ya no de sangre. Con impronta tradicional –ineludible entonces– de la Religión Católica, Apostólica y Romana como única y verdadera. Con todas las limitaciones que queramos, pero como punto inercial de las transformaciones políticas contemporáneas. Fernando VII la revocará de inmediato con contundencia, pero una y otra vez se ensalzara como símbolo de la libertad (en el Trienio Liberal, en 1836), contra la tiranía y las fuerzas más conservadoras. Por ella lucharon gentes sencillas que, tal vez sin saberlo, participaron del nacimiento de un nuevo mundo, de una transformación política gigantesca de nuestra Historia; el desbrozamiento de un camino que estaba lleno de recovecos y que no ha encontrado una vereda asazmente limpia hasta el último cuarto del s. XX (1978). La tarea no era fácil. Aún hoy –ciento sesenta y seis años después de un primer intento cargado de fortuna– el texto constitucional del 1978 está plenamente consolidado como norma suprema (respetada, valorada, etc.), pero no faltan contrariedades ni debates de profundidad: porque las reformas constitucionales dan miedo aún; se carece de consenso en cuestiones vitales de organización del Estado y sus instituciones (Senado); las propias formas de poder y el régimen del Estado no se someten siquiera a debate, etc. Nada extraña por lo tanto que en el s. XIX las carencias fueran infinitas, pero los logros sin duda admirables. Entiéndase pues la constitución de 1812 como una auténtica gesta en nuestra Historia.
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miércoles, 14 de marzo de 2012
In Memoriam de D. José María Martín Perozo
Hace algunas semanas nos dejó nuestro compañero. No soy amigo de florituras de última hora en el tenor del día de las alabanzas, que siempre resultan insustanciales y a veces con poca verdad. Tampoco me gusta, sin embargo, la desidia de nuestros tiempos en agradecer la tarea de quienes nos rodean, de quienes durante décadas han desempeñado con magisterio el ejercicio de la docencia. Todas las actividades profesionales son loables en términos generales, pero muy especialmente considero la tarea de enseñar a los demás, que supone no solamente una formación y una preparación específica, sino una extraordinaria vocación y dedicación a los demás. Para mí los docentes tienen una consideración muy especial, pues ellos son quienes no solamente nos enseñan los cimientos de la vida, sino quienes facilitan el progreso de la humanidad desde la educación de los valores cívicos y morales, técnicos y científicos; el agradecimiento hacia ellos no debe ser simplemente un acto de generosidad, sino un débito insoslayable de toda persona de bien. Personalmente, no conocí muy de cerca a D. José María, aunque sí en términos tangenciales y coincidentes, pero me consta su larga trayectoria en el ámbito de la docencia, que ya solamente por ello debiera ser un mérito. Realmente no sé si fue un buen o mal docente –que a otros correspondería, si acaso, hacer ese juicio–, pero sí que he escuchado referencias hasta la saciedad de personas atinadas, que le recuerdan y tienen como referente en la pluralidad disciplinar de Geografía e Historia, y muy especialmente en Historia del Arte. Creo que es admirable que el fruto de la actividad académica perdure en los discentes, pero también que los docentes prevalezcan como un referente de valor hacia quien nos ha trasmitido su saber. La familia de Martín Perozo seguro que percibe aún la huella de una dilatada docencia en el instituto de Los Pedroches de Pozoblanco, donde además ejerció diferentes cargos burocráticos al uso (dirección, Jefatura Departamento, etc.), cuando aún no había echado a caminar el centro. En mi percepción personal, muy limitada, le recuerdo con gestos y actitudes muy particulares y llamativas, pues creo que era hombre de personalidad bien definida: con silencios y palabras medidas; vocación profesional fuerte y curiosidad; madrugador a ultranza; campero y amante de la caza; de buen vino y de taberna conocida; apasionado de la Historia y buen conocedor de Los Pedroches. Tal vez no atine en mi retrato, que a todas luces carece de grandes referencias, pero creo de es de justicia cumplir con D. José María Martín Perozo, ese que queda en nuestra retina de corpulencia grande y mirada quieta tras las gafas sempiternas; esos silencios demorados y esas precisiones puntuales que aguardaba con paciencia, asintiendo o disintiendo como aseveración pensada. Desde el otro lado de la vida seguirá escuchando, en silencio, y seguirá la docencia por sus fueros, y en los espacios infinitos del Instituto –junto a compañeros de andanada– andarán siempre quienes dieron las clases en sus aulas con magisterio. D. José María Martín Perozo vivirá siempre entre los docentes que le conocieron y el recuerdo de esos cientos de alumnos y profesores que le tuvimos por compañero.
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jueves, 1 de marzo de 2012
III Centenario de la Biblioteca Nacional
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Hoy se cumplen trescientos años de la apertura de la Biblioteca Nacional. Una de las efemérides de este año que enaltecen la Cultura, sobre todo cuando se hace -como en esta ocasión- memoria de una institución que guarda una parte importantísima de nuestra Historia. No hay en España otro organismo cultural que custodie, recupere, promueva y divulgue un legado tan principal, que defina de forma tan clara una gran parte de lo que hemos sido. Se trata de una casa de la memoria que sorprende a cualquiera, aunque esté advertido del extraordinario patrimonio que posee en cantidad y variedad. Su dimensión material y espiritual es tan inmensa que anodada, y especialmente sorprende por la notoriedad y relevancia de unos fondos de nuestro pasado que siguen ahí a pesar de las guerras, catastrofes, robos, etcétera, cuando en las existencias individuales nuestros bienes a penas si perduran alguna generaleción. Esa impresionante ventana al pasado y al futuro se acredita con miles de fondos de distinta naturaleza, desde los manuscritos a los incunables más valiosos de nuestro país, las joyas literarias de todos los tiempos, cartografía e ilustraciones diversas, hemeroteca, archivo de la palabra y un sinfín de recursos.Las posibilidades electrónicas y las nuevas tecnologías le han dado una dimensión cultural impensable, nacional e internacional, que junto a los recursos tradicionales posibilita la difusión universalista que buscaron antaño las universidades con todas sus limitaciones. Es sin duda una buena ocasión para darnos todos la enhorabuena por la existencia de este patrimonio que representa el mejor espejo de nuestra Historia.
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