jueves, 9 de abril de 2015

Vulnerabilidad humana


Una de las cualidades que más nos caracterizan al ser humano es la vulnerabilidad. Más, incluso, que a otros seres vivos de la naturaleza, por nuestra naturaleza tan singular como seres inteligentes, derivada especialmente de nuestra conciencia y capacidad transformadora. Sin embargo, se nos olvida, porque la inseguridad es una condición inherente a nosotros mismos, que nos acompaña en todo momento y del que nunca nos podemos desembarazar. Todos sabemos, y demostrado está suficientemente, que las necesidades humanas son acuciantes y están claramente jerarquizadas: difícilmente podemos hacer nada si no tenemos cubiertas las necesidades fisiológicas, que nos aprisionan con lazos muy estrechos; o las sexuales para garantizar la especie; pero sobre todo las de seguridad y protección, que es imprescindible desde que nacemos. Estas últimas se solapan en cierta forma en el mundo en el que vivimos, sobre todo debido a las consecuciones sociales y técnicas humanas, a nuestros principios políticos conseguidos (vivir en una comunidad superior organizada desde hace milenios), que nos permiten una cierta tranquilidad. Vivimos con una relativa seguridad y principios aplastantes de estabilidad y confianza en nuestra vida y en los que nos rodean. Claro está que por encima de las respuestas creadas por el hombre (homo habilis) se encuentra la naturaleza humana permitiéndonos relegar nuestra fragilidad a un segundo plano, creando estructuras de pensamiento satisfactorias para enjalbegar nuestras debilidades, sintiéndonos fuertes y siempre protegidos; aunque sea completa y totalmente incierto. Basta con pensar fríamente para darnos cuenta de que siempre nos encontramos al albur de factores y principios incontrolables, de circunstancias que nos pueden sumir en las peores de las situaciones acogotándonos la vida: desde una simple rotura de pierna, que nos limita nuestros movimientos, hasta la mayor de las crisis económicas que nos arruina la vida completa; desde una amistad de infancia –que creemos segura– al mayor vacío social que te puede hacer una comunidad; pasando por las más crueles enfermedades psicológicas que nos dejen en la más triste de las postraciones, sin conciencia cierta de ser humanos, anulados en lo material y espiritual. Resulta innecesario ejemplificar con miles de desgracias a las que estamos o podemos estar abocados los humanos en un simple segundo. Pero eso, lógicamente, no se piensa ni se puede hacer, pues no viviríamos: se nos coartarían nuestras capacidades de movimiento, nuestra inteligencia y hasta nuestra libertad. Tal vez las mayores dosis de inteligencia humana se hayan concretado a lo largo de la Historia en la capacidad de superar las inseguridades y miedos, sin sumirnos en frustraciones que hubieran impedido nuestro avance. Lo cierto es que determinadas tragedias, que de cuando en cuando embargan nuestra vida, nos remiten a una reflexión serena sobre la inseguridad humana. La trágica y desgraciada pérdida de vidas humanas en el avión estrellado en los Alpes nos remite a esa fragilidad humana incontrolable, por estar sujetos a miles de variables que pueden poner nuestras vidas en juego. Pensado fríamente resulta descorazonador, porque nos encontramos bastante indefensos a pesar de todos nuestros avances sociales, políticos (como comunidad que busca soluciones de vida en común) o técnicos. Siempre habrá un demente, un terrorista, un terremoto o un elemento extraño que puede poner en jaque nuestra existencia. Siempre. Las tragedias puntuales elevan nuestra desazón y tristeza, haciéndonos reflexionar sobre la vulnerabilidad humana. La subsistencia humana –con todos sus glorias y miserias– nunca fue un camino de rosas. Desgraciadamente las tragedias nos siguen abriendo los ojos. JAMM

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