Un altisonante titular que ensalza palabras mayores, recuerda un epígrafe de Historia o sentencia tal vez una verdad incierta o un pensamiento derrotista. Sin embargo, son ya muchos los ecos de personas capacitadas e intelectuales de altura que subrayan cambios de importancia en el mundo en que vivimos. Es obvio que con la complejidad de la tierra y sus habitantes nadie conoce a ciencia cierta las normas del Universo humano (sociopolítico y económico) ni los derroteros por los que marcha; tal vez no seamos capaces de ver delante de nuestras narices los horizontes más cercanos, y seguramente que los grandes cambios no se operen en varias decenas de años, como viene demostrado la Historia. Pero es evidente que soplan vientos de cambio. Las profundas crisis de nuestros días pueden hacernos pensar en un simple hito en el camino, un pequeño bache en el recorrido de nuestras formas de vida, sistemas económicos y articulaciones sociales, pero las sintomatologías son bastante agudas, alargadas en el tiempo e imposibles de diagnosticar con acierto; y eso deja bastante desconcierto, sobre todo cuando es una gran parte del globo la que se resiente al unísono de estos bamboleos al ritmo del barco de Occidente. Muy pocas veces se han trasmitido de forma tan convulsa y generalizada movimientos sociales al son del desaliento y la disconformidad, sensibilizándose de forma rapidísima con el beneplácito de las redes sociales (Twitter, Facebook, google+, etc.) e irradiándose a todos los puntos de la tierra.
De muy difícil discernimiento resultan las causas profundas del desencanto, pero existen realidades de gran objetividad que afloran por doquier, y difícilmente se pueden ya solapar con simples gestos o fáciles palabrerías. La vieja Europa y el imperio de Occidente (con EE. UU a la cabeza) han desarrollado en las últimas centurias sistemas sociopolíticos, económicos y culturales que han tenido vigencia y alcanzado sus puntos álgidos, arrastrando a medio mundo en sus formas y estilos de vida; denostando a su vez la otra mitad de la tierra hacia la defenestración, el hambre y el olvido. En Occidente se han constituido poderes políticos (democráticos) y económicos (liberales) avanzados desde los orígenes de la humanidad, consiguiendo sin embargo desvirtuarse de forma grave en sus maneras de operar y en los objetivos iniciales. La crisis mundial que nos atenaza pone sobre la mesa, y cada día con más fuerza, la ineficacia de los grandes poderes económicos (OCDM, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Central Europeo, Bancos Nacionales, etc.), su incapacidad para resolver los problemas o hacerlo a favor de los ciudadanos. Los bancos y grandes mercados, brokers (que incluso alardean) y financieras campan a sus anchas en la defensa de unos bienes y patrimonios que se han convertido en los ejes vertebradores del sistema. Son esenciales para sostener la economía mundial, y paradójicamente hay que recapitalizarlos para que la máquina no pare. Las instituciones políticas (comisarios europeos, Parlamentos, etc.) bailan al son de los poderes económicos y alegremente ensalzan los principios de soberanía nacional, que difícilmente se pueden compaginar ni admitir por un mundo que ya no es analfabeto (o no debiera serlo); sobre todo cuando diariamente se nos advierte de corruptelas de políticos, ejecutivos de las finanzas, etc. El resultado no puede ser otro que los desbarajustes económicos en cadena (deudas, déficits, desempleo, quebrantamiento de países), el afloramiento de estructuras sociales insostenibles en muchos países y la imposibilidad de encontrar salidas viables. Los mandatarios del mundo (Obama, G20, G5) dan pasos erráticos sin saber muy bien hacia donde viran, intentando mantener el timón de una embarcación que zozobra en un mar incontrolable donde apenas si aún han llegado las primeras tormentas.
Todo este panorama de incierto final tal vez vislumbre a medio y largo plazo un profundo cambio de nuestro mundo, de los sistemas socioeconómicos vigentes y de la geopolítica de la tierra. De momento de nada sirven los avezados economistas, ni políticos ni analistas que todo lo saben, que están completamente desorientados. No obstante, no hace falta ser apocalíptico para subrayar que a lo largo de la Historia han caído imperios y civilizaciones, formas económicas y organizaciones sociales bien asentadas; tampoco grandes gurús de la futurología para entender que algo está cambiando y tal vez nuestro mundo se desmorona; y seguramente se producirán cambios y transformaciones sobre nuestras formas de vida, potencias actuales y las mentalidades del dominio occidental. Los movimientos de Oriente Próximo son chirriantes, y ahí están a la puerta las potencias emergentes del dragón asiático dormido (China, India, etc.) y otras partes del globo (Brasil), que se viene desperezando con presteza y muy pronto nos enseñarán las garras. De momento ya le rendimos pleitesía y nos prestamos a aprender el chino. Muy deseable sería, más allá de las incertidumbres actuales, que se avanzara en principios de solidaridad y equilibrio en la tierra, formas políticas democráticas y los valores fundamentales alcanzados por la humanidad durante milenios