Un poder arrollador, claro que sí. Hasta el punto de pensar que si un individuo no está ahí parece que no existe. Tal es el poder de esta red social que en nuestros días, junto a otras (Faceboock, google+, etc.), campa a sus anchas por los espacios etéreos del universo y las esferas domésticas más variadas; desde la insistencia ubicua en los medios de comunicación a las instituciones, medios políticos, círculos de amistad y escalas internacionales. Realmente es sobrecogedor el impacto que tiene este medio y la utilización que se hace y puede hacer de él. Desde su conformación tecnológica y con sus limitaciones (mensajes de no más de 140 caracteres) se ha incrustado en nuestras vidas asumiendo el liderazgo frente a otros medios tradicionales, sin necesidad de desplazarlos, simplemente integrándose en ellos de forma contundente; y hasta dominándolos. Resulta compleja la interpretación de este engendro, porque partiendo de una formulación simple (pequeños mensajes) alcanza metas de muy distinta naturaleza. Como una simple red social su función sería fácilmente definible, pues al fin de cuentas se trata de poner en comunicación a varios individuos que tienen (o pueden tener) intereses en común; sin embargo, un postulado tan simple se convierte en complejo cuando los enlaces se multiplican en muy corto espacio de tiempo en millones de relaciones. Ahí está precisamente en quid de la cuestión. A partir de esta base, con una proyección social inmensa –y consecuentemente de otro género (política, económica, cultural, etc.)– resulta ya imposible determinar cuál es su finalidad. No se sabe ya muy bien para qué está, pero tampoco cuáles son los cauces por los que se expande ni quien dinamiza o puede ralentizar este medio. Es cierto que se trata de recurso comunicativo con el que se consigue la universalización de las noticias y eventos, pues cualquiera de nosotros se convierte en emisor de un acontecimiento determinado, en periodistas avezados desde los lugares más recónditos de la tierra; aunque no calificados, ni tal vez honestos ni rigurosos, pero sí mensajeros raudos. Esa inmensidad de tweets (mensajes) se expande como la espuma por todos los países, ciudadanos, profesionales e instituciones. Se ha producido la mayor democratización a través de un recurso tecnológico: No solamente para emitir informaciones, sino para criticar políticas; acusar situaciones; generar movimientos sociales; originar levantamientos diversos, etc. No obstante, sobre el poder de las redes deben estar bien advertidos los poderes políticos y económicos, que se allegan cada día más a su utilización; conociendo el contrapunto de no ser fácilmente controlables por los mandatarios tradicionales. Buena prueba de ello la tenemos en las revoluciones de Oriente Próximo, que en buena medida han estado dinamizadas por el pulso invisible de las redes. También es cierto que en nuestros días Twitter no es ajeno a la influencia de poderes mediáticos, y existe una relación intrínseca entre ellos, pues las potentes marcas internaciones y promotoras ejercen ahora su influencia a través de la red: Ahí está Lady Gaga con el mayor número de cuentas. Con todo ello, se ha puesto ante los ojos del ciudadano un recurso de muchísimo valor, una golosina que a menudo se desperdicia en menudencias de intercambios insulsos con los amigos; a veces incluso no somos siquiera conscientes de las potencialidades de sus prestaciones, quedándonos en lo más superficial. Los vaivenes son inmensos en un mar de usuarios, pluralidades de todo tipo de uso y recepción. Lo cierto es que la ingenuidad queda también para el usuario medio, pues los poderes fácticos saben aprovechar el invento con muchísima precisión (con tiempo, recursos, etc.), con eficiencia y eficacia, y ahí sí que los resultados buscados no son para nada ingenuos.