miércoles, 5 de octubre de 2011

EUROPA DESAPARECIDA

Nada extraña que el ciudadano de a pie se encuentre desorientado, completamente fuera de órbita, porque no es para menos. Llevamos décadas oyendo hablar de la construcción de Europa desde el mítico tratado de Roma (1957), con las subsiguientes transformaciones de aquel club de seises en lo económico y político. Primeramente de los intereses políticos que se postulaban para que el viejo continente pusiera cara a las otras esferas del mundo; la progresiva incorporación de países para dar cohesión al conjunto, un sentido y una orientación; luego la imprescindible unidad monetaria (Unión Económica y Monetaria) –ya desde los orígenes– para crear un mercado interior, haciendo converger las políticas particulares y la estabilidad económica y el crecimiento. La creación progresiva de instituciones políticas y el reforzamiento de miembros parecía que asentaba los cimientos de uno de los consorcios más poderosos de la tierra (mundo rico). A lo largo de nuestras vidas hemos convivido con políticos y burócratas, acuerdos y tratados (Acta de la UE, Tratado de la UE, Niza, Maastricht) que nos hablaban de una Europa vigorosa, en la que necesariamente había que participar con ahínco –como seguramente debía de ser–, con la que teníamos que crecer y desarrollarnos. No se podía existir fuera de ella. Una y otra vez los  ciudadanos europeos hemos delegado en cientos de parlamentarios, comisarios, ministros y presidentes para vislumbrar ese paraíso terrenal que los gurus de Europa han puesto ante nuestros ojos. En las etapas de vacas gordas se han generado mercados descomunales y se han compensado deficiencias (estructurales y territoriales) con principios de solidaridad –y eso nadie lo duda–, pero también se han suscitado incertidumbres y faltas de legitimidad, que realmente son muy graves; léanse las precarias participaciones electorales (49,8 en 1999; 45,5 en 2004) que fueron realmente chirriantes, que evidencian un déficit democrático. A pesar de todo, los ciudadanos hemos creído en Europa con los ojos cerrados, a pesar de la burocratización, graves desequilibrios y políticos hábilmente asentados en esas esferas de poder. A pesar de la solidez institucional, muchos países aún ven a la Unión Europea en la lejanía, cargada de protocolos, políticos cuneros y con un revestimiento (formal y de vacuo contenido) que poco dice tal vez de su importancia. Pero más allá de las apariencias –que pueden o no ser ciertas– las verdades del barquero se calibran en los momentos de verdad, en las dificultades políticas y económicas que dejan ver el estado de la cuestión. Diariamente observamos la supremacía que ejercen determinados países (Alemania, Francia, etc) de forma incontestable y la comparsa palmera de las demás; quiénes conminan al resto con cartas y comunicados, telefonazos, etc; cuándo se hacen constituciones (y como) y cuando se paralizan, sin saber muy bien porqué. Eso deja muy a las claras la constitución de esa Europa que creíamos unida y bien forjada, porque la verdad es bien distinta. La crisis internacional de los últimos años ha dejado al descubierto muchas cosas, a pesar de que los ciudadanos europeos siempre pecamos de ingenuos y tenemos no poca ignorancia de los grandes asuntos de Unión Europea. La creación del Euro fue el no va más para unificar mercados; y el Banco Central Europeo se enaltecía para mantener la estabilidad de precios y apoyar la políticas generales. En la actualidad simplemente existe al tenor de las coyunturas y al servicios de las políticas; sin tener ya muy clara la orientación ni la intervención (ni dónde, ni cuándo ni para qué). Hoy día no se sabe realmente donde está Europa, ni a nivel económico ni político, siempre al dictado del faro norteamericano, que da lecciones a pesar de no estar tampoco para muchas pedagogías; los mercados y las financieras internacionales imponen su imperio sin la mínima contemplación, coexistiendo sin reglas ni instituciones que les paren los pies; y cada cual quiere salvar los muebles de su casa. El caso de Grecia es ejemplificador, cuando no hemos sido capaces de solucionar su deuda con los apoyos suficientes y se encuentra al borde de la quiebra. ¿Dónde estaban los órganos controladores de Europa, los tribunales de cuentas, los reguladores de criterios económicos previos? Lo malo del asunto es que las piezas del dominó no paran, y ahí estamos en fila los demás esperando a ver qué pasa. Los líderes europeos brillan por su ausencia, y no se sabe muy bien para qué están las instituciones, los Herman Van Ropuy, Catherine Ashton, Barroso, comisarios económicos, etc. No sabemos ni cuáles son las políticas existentes (si es que las hay), las exigibles ni las futuribles. Día a día sufrimos al dictado de los mercados que campan a sus anchas; al vaivén de los exabruptos de los políticos incompetentes, que difícilmente ya  pueden convencer a nadie; y sobre todo ante la gravedad de una economía doméstica que nos hace sentir a diario la verdadera situación. La Unión Europea no aparece por ninguna parte, porque ¿Quién manda en Europa?
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