Las señas de identidad de un Pueblo se definen por multitud de rasgos, que de alguna manera conforman su alma. Para Andalucía son legión los tópicos, las verdades y medias verdades que han creado un perfil muy sólido y ha llegado hasta nuestros días: que en lo simpático nos gusta y agrada, pero en lo más agrio nos enfada y encrespa (la vaguedad, el tonto andaluz, el chistoso consumado…). A fin de cuentas, no es más que una creación cultural sembrada de matices -muy arriostrada por el Romanticismo viajero decimonónico- y perfilada al tenor de los tiempos, la manida geopolítica y multitud de intereses de distinta naturaleza frente a otros pueblos, espacios y culturas. Más allá de la mirada simpática y generalizada que tenemos de la región, sembrada de contrapuntos por parte de los demás (no tan amables) , el retrato más atinado nos lo dan muy bien los hombres y mujeres de Andalucía: los de ahora, los de antes...., los de siempre. Esa proyección traslúcida y llena de verdad de quienes han hablado con letras y colores de Andalucía, del sentimiento más profundo de un colectivo en el devenir del tiempo y en un espacio muy concreto del sur de Europa. Andaluza es la lírica acicalada de sabor moruno de los poetas musulmanes (Shakir Wa'el, Umm AL-Hanna, etc.), que soñaron junto al arrullo del agua en los palacios nazaríes de Granada; de los constructores que erigieron elegantes torres almohades festoneadas de otro tiempo. Andaluza es la elevada pluma de Lorca retratando como nadie las raíces más profundas en la casa de Bernarda Alba, o Cante Jondo del poeta granadino. Andaluces son los colores de Picasso que claman a grito limpio el alma mediterránea; y los cromas aterronados del sevillano más universal retratando bodegones, aguadores y santas mártires de la ciudad con rostros ajados, que son nuestros hombres y mujeres; o la brillante imaginería de la Roldana, tantas veces silenciada. Y a lo lejos podemos oír con mucha claridad los resortes de este territorio en la curia del imperio romano henchido de poder, escuchando las voces de Trajano y Adriano exhalando el murmullo de esta tierra. Qué decir del gemido agónico y trágico de este Pueblo unido contra el comendador mayor de Calatrava (Fuenteovejuna), o ese campesino en rebeldía, in extremis de subsistencia, contra el hambre y la injusticia en las alteraciones de la Modernidad (s. XVII) y agitaciones campesinas (del s. XX), que tan crudamente nos retrataron los maestros de la Historia (Domínguez Ortiz, Díaz del Moral…). Andaluces son los quejidos hondos de Camarón y la Talegona, el zapateado de Enrique el Cojo o el brío indómito de Antonio; y andaluz hablan las jotas de Los Pedroches, las danzas de las espadas del Cerro del Andévalo y la Bachimachía de Obejo. Andaluz es el adusto y profundo Machado en sus derroteros por Castilla, y el juguetón de Platero en Ayamonte, muy cerca –y tan lejos– de ese litoral de Alberti, bruñido con el perfil hondo de las gaviotas en el horizonte. Todo un mundo de verdades y certeras miradas que nos han dejado tantos hombres y mujeres con el cristalino del sentimiento más hondo. Toda una pléyade de singularidades que hablan de las mil caras de Andalucía, de la multiculturalidad de un Pueblo que se define por la diversidad. Obviamente, la identidad andaluza resulta a todas luces una personalidad muy difícil de determinar, pero no más que otras que igualmente están sembradas de multitud de matices. Lo cierto es que Andalucía y los andaluces constituyen en toda su amplitud un puzle tremendamente amplio y variado en un anchuroso territorio sembrado de matices. Quizás no hagan falta estereotipos de grandezas o lisonjas de otro tiempo, porque la región sigue siendo rica y diversa en voces y miradas, muy lejos de la uniformidad, de la imposición mediática de tópicos o la persistencia de los foráneos de esa imagen rígida y de tan poca verdad. Lo más llamativo es, sin duda, ese marcado sentimiento de lo andaluz que se percibe a espuertas por doquier, siendo tantas la diferencias, y acaso tan débil la conciencia. Tal vez sea también un tópico incomprensible, pero desde luego está muy arraigado en todos los rincones de Andalucía: un sentimiento interior muy claro de pertenencia e identidad que no precisa de fronteras ni instituciones, ni reivindicaciones absurdas o proclamas con pruritos persuasivos. El sentimiento andaluz, que es fruto de mil razones, se mueve entre contradicciones aparentes del corazón: porque el andaluz es un ser rebosante de orgullo de lo suyo, defensor a ultranza de su tierra y sus valores; al tiempo que se prodiga como del crisol de pueblos y culturas, con horizontes abiertos y sentimiento expansivo; con voces quebradas de lo más nuestro por otros lares y continentes. Hacia América fluye Andalucía como un río de alargados tentáculos, y andaluz hablan y sienten muchos sudamericanos; andaluces son los castellanos que poblaron estas tierras, y andaluces son los fuertes contingentes de emigrantes que conviven en infinidad de los rincones de España. Y el soniquete de Andalucía, con sones de flamenco, hace temblar los escenarios de medio mundo (hasta en Japón), pero también con otras voces y otros aires que se prodigan sin bocina. Más alto se puede decir, pero no más claro: Andalucía posee una personalidad propia indiscutible, nadie se engañe, pero con muchas voces.
JUAN ANDRÉS MOLINERO MERCHÁN
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