Los mitos son como el buen vino, el tiempo los madura, les da cuerpo y color, textura y un sabor muy agarrado al paladar. Entre la nómina de mitos y leyendas de las últimas décadas kennedy ocupa un lugar muy especial de la pléyade de inmortales (Marily y Luter King, Beatles, Rudolph Nureyev...). Bien es cierto que para saltar la barrera del tiempo y catapultarse a la Historia hacen falta algunos ingredientes, pero en pocas personalidades se ha confabulado tan ampliamente el destino y las circunstancias para generar un mito de tanto brillo. El joven americano tenía muchos ases en la mano para destacar en vida, con sus cualidades y capacidades personales para alzarse con notoriedad en un marco vital bastante anodino.Las circunstancias generales (economía, política, sociedad...) no eran ni en América ni en Europa nada boyantes, más bien todo lo contrario, y tal vez fueron parte del caldo de cultivo para fraguar los fundamentos de la estela prístina del prócer americano. De una parte las postrimerías de la Guerra Mundial, que dejaron al mundo muy tocado en lo material y espiritual, con un lastre moral muy difícil de levantar en las décadas posteriores; así como la subsiguiente entrega a la confrontación con Rusia y su bloque en la alargada y grisácea Guerra Fría que sembró al mundo de podredumbre a uno y otro lado del océano. En ese escenario nacía la aureola de Kennedy con una luz de gran intensidad. De la Guerra arrastraba ya un fuerte impulso de liderazgo por haber destacado en el pacífico (con la torpedera PT-109), pero las prebendas del destino le guardaban prendas mayores, pues va a ser rápidamente candidato por el partido demócrata y el segundo presidente más joven de la historia americana. Durante su mandato se desarrollan algunos de los acontecimientos que por sí solos son leyendas y fruto agrio de la Historia: los misiles de Cuba; el resquemor de Vietnan en sus prolegómenos; la invasión de la Bahía de Cochinos o la construcción del Muro de Berlín. Casi nada. Sin embargo, en lo personal no se quedaba la baraja corta en cuanto a cualidades y circunstancias favorables para hacer una partida de postín. John F. Kennedy se presenta en el gran escenario americano como un apuesto y avezado joven que rompe barreras -valga la contradicción-, siguiendo los ansiados moldes del país y fijando un prototipo de americano ideal (carismático, guapo, valiente, impulsivo, posibilista en una tierra de oportunidades...). Por si fuera poco, tendrá a su lado una joven esposa que en sí misma competía sin parangón con su marido, porque Jacqueline constituye sin ninguna duda una cara indiscutible del mito. La descollante dama (Jackie) impulsó -con mayor o menor consciencia y deseo de ello- a la pareja a un puesto muy elevado en el escalafón del papel couché, sembrando la curiosidad, la intriga, la envidia y la pasión de los americanos y de todos los países. La idealiza pareja alcanzaba las cimas más altas en aquel panorama tan oscuro de un mundo en confrontación. La cimentación del mito ya estaba prefabricada, solamente hacía falta que las parcas hilaran más fino el hilo de la Historia para engrandecer la leyenda y eternizarlos. Y así fue. El magnicidio puso la guinda al ilustre presidente cuando el 22 de noviembre de 1963 es asesinado en la ciudad de Dallas por Lee Harvey Oswald, que a la sazón del infortunio también ganará un puesto entre llas leyendas del pasado siglo. El funesto acontecimiento teñía de luto al país del Oeste y al mundo entero, pero nacía uno de los mitos más sólidos de todos los tiempos. La filmografía se encargará de consolidar la leyenda con infinidad de películas que abordan todos los frentes en los que participó JFK, desde la primera línea de la política americana a la escena europea (“yo soy berlinés...”), de lo personal a la invención de un ideal que año tras año se revive con la férula de la intemporalidad. JAMM.
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