Campoamor
El doodle diario de Google homenajea hoy la efeméride de Clara
Campoamor (126 aniversario), y no le falta razón para
enaltecer a una de las mujeres más grandes de nuestro país; al menos una de las
más briosas en la lucha por los derechos de la mujer. Clara es una mujer de
principios. Una de esas figuras históricas que merece estar como referencia
inequívoca de lucha por la dignidad, igualdad y respeto hacia la mujer ante la omnipotencia
tradicional del hombre. Campoamor nace al abrigo de las agujas de su madre
y del rigor del padre en el ejercicio de la contabilidad de un periódico,
curtiéndose personalmente en lides diversas que le enseñan las diferencias y
desigualdades de una mujer sin posibles (maestra, auxiliar, telefonista…). Su
elevado espíritu le catapulta hacia posiciones de relieve, sobre todo a partir
de una firme preparación en el estudio y en esa vía profesional que iba a ser
de tanta importancia, como lo era el Derecho, para poder defender los
derechos de la mujer desde la mejor atalaya. Con la ley y contra la ley. Fue sin
duda una mujer capacitada, firme en su pensamiento de hondo calado, habilidosa en
su dialéctica estremecedora; contundente en sus decisiones para defender lo que
es de justicia. Cuánto le debemos. Su coraje es estremecedor defendiendo
postulados evidentes contra otros que hoy día hasta da vergüenza contemplar sin
rubor. La sensibilidad social y su activismo inequívoco político le facilitaron
estar presente en escenarios de privilegio (el Congreso), luchando por algunos de los
derechos históricos más relevantes de todos los tiempos (divorcio, voto,
dignidad, etcétera). Más que unas siglas
políticas defendió siempre unos principios que veía insultados por la tradición,
y no le importó transitar por las acequias del trasfuguismo desde la opción de
la alianza azañista hacia el Partido
Radical de Lerroux para poder alzar su voz en el foro más importante de la política patria. Ahí dejará sembrados sus principios con sudor y todo su aliento,
alzándose como un huracán contra esos gerifaltes carpetovetónicos que ponían en
entredicho una premisa tan sencilla como que la igualdad, la dignidad y el
respeto arrancaba desde el voto de la mujer: libre y capacitada. Pero la
Historia está sembrada de aristas que dificultan hasta lo más sencillo: pues
quiso el destino que su oponente más fuerte, en la defensa del sufragio
femenino, fuera ni más ni menos que una mujer arrebatada igualmente de
valentía, como lo era Doña Victoria Kent. Cara a cara se
enfrentarán con el corazón y la cabeza en un punto donde ambas estaban en lo
esencial de acuerdo, pero no en las formas ni en los momentos. Clara defenderá
con energía el derecho al voto por encima de las circunstancias puntuales; por
encima de los intereses partidistas y de la política…, con la verdad en los
dientes y a corazón abierto. Sus
palabras quedaron para la posteridad como afilados punzones templados en el
horno de la sinceridad, la honestidad y las firmes creencias. Ella murió en
condiciones penosas del exilio, desgraciadamente, pero su elevado espíritu y la
defensa del voto quedaron consagrados en la Constitución (aquélla y la
democrática de 1978) con tinta eterna para resarcir una ignominia que debía hacerse
por principio. Y ella lo hizo con grandeza.
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