Osama Bin Laden ha muerto. A las once y media del domingo fue anunciado por el presidente de los EE.UU. Barack Obama. Tras diez años de búsqueda, y un elaborado plan de búsqueda, el conocido terrorista fue encontrado en una mansión de un millón de euros en la localidad de Abottabad (Pakistán). Se encontraba junto a algunos de sus hijos y sus secuaces más allegados. Hubo cuatro muertos en la redada además del líder de al Qaeda, abatido a tiros en su habitación (recientes informaciones afirman que fue un tiro en la cabeza lo que provocó la muerte). La reacción internacional no se ha hecho esperar. Los países occidentales han felicitado a la administración de Obama por la concienzuda planificación del plan. Además, tras la muerte del extremista han aumentado las medidas de seguridad en todas las embajadas europeas así como en la americana. A pesar de que este es un indudable logro, la controversia esta a la orden del día. Ya se han publicado en Internet ciertas fotos falsas del cadáver de Bin Laden, todas ellas montajes de photoshop. La administración estadounidense afirma que el cuerpo ha sido arrojado al mar siguiendo el rito islamista de sepultar los cuerpos antes de las veinticuatro horas del fallecimiento. Sin embargo, esto no concuerda demasiado con el rito en su totalidad, ya que además debería de ser sepultado bajo tierra y con las vestiduras apropiadas. También choca el hecho de que no se hayan publicado fotos desde el gobierno americano que certifiquen la muerte del terrorista. Tras este asesinato surgen ciertas preguntas con respecto al futuro de la organización terrorista. ¿Significará la muerte del símbolo yahidista el principio del fin de al Qaeda, o únicamente es la venganza del pueblo estadounidense? ¿Es legítimo asesinar a Bin Laden en la operación de captura, o estamos vanagloriando un acto de brutalidad? Será la comunidad internacional la que juzgue por si misma. Ángel Migallón, 1º. Bach-A